Wednesday, May 03, 2006

Verlo y no creerlo

Un joven acróbata volteaba y giraba, rotaba y se divertía alrededor de una estrella como si, él mismo, fuera un asteroide.
La caprichosa ley de la gravedad, hastiada, mareada de tanto giro centrípeto, se impacientó hasta el punto de abandonar al funámbulo equilibrista sin su empuje, a su libre albedrío.
Fue cayendo por el espacio infinito, viajando como un meteorito sin atracción alguna que lo detuviera. Ni la Luna, Marte, Jupiter o Venus quisieron cobijar a tan extraña criatura. Pasó de largo hasta que, piernas y brazos abiertos en vuelo planeador, aterrizó suavemente Gaya, el planeta Tierra.


Caído del espacio sobre el planeta azul, pronto descubrió el calor de los rayos de una estrella luminosa y bondadosa que todo lo hace florecer.
Tampoco tardó en verse a si mismo como un viajero cósmico a quién le tocó vivir tiempos apasionantes pero también oscuros y peligrosos. Empecinado, dentro del desconcierto general, por darle sentido a su propia vida y a la de toda la humanidad, en el intento febril de situarse entre el caos y el orden, entre la confusión y la claridad.

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